Para la construcción de esta obra magistral hubo que dinamitar la montaña, y una vez perforada la piedra, la mano del hombre a pico, pala, barretas y martillos neumáticos fueron completando la tarea.
Se colocó una estructura de hierro, para luego incorporar una calota de madera (molde curvo de dos metros por tres aproximadamente). A continuación se desparramó el hormigón entre la calota y la piedra.
La labor fue intensa y sacrificada. El traslado de las herramientas y el material fue a lomo de burro superando las distancias y los peligros. Días internados en la inmensidad, eternos viajes y descansos que no eran descansos. Entre las vituallas que guardaban no podía faltar los sueros antiofídicos ya que la abundancia de víboras cascabel y coral, fue causa de varios altercados.
El trabajo artesanal de los picapedreros, hombres que con una punta y un martillo extraían bloques de piedra de la montaña tallando sus formas, fue relevante. Con ellas construyeron los terraplenes para nivelar los caminos y ajustar la pendiente.
Allí donde la inmensidad se muestra ante nuestros ojos y el silencio sonríe con el vuelo de los cóndores, el tiempo se detiene en cada rincón, en cada muralla, en cada boca abierta en el cerro sorprendiéndonos ante el talento, la valentía y desafío de aquellos hombres bravos de hace casi 100 años.
Y me refiero a los hombres que habitaron precarias casas de cartón o casillas, según el rango; hombres que rompieron la dura helada formada en los baldes; hombres sintiendo el golpe de las rocas al caer en profundos precipicios; hombres con la mirada perdida en el horizonte, hombres sacrificando día a día familia y sus propias vidas.
Porque no sólo desafiaron la roca sino el clima, los insectos y reptiles que brotaban desde las honduras, las enfermedades y la profunda soledad. Ni qué decir de los peligros que afrontaron con las explosiones anticipadas de dinamita, las caídas a los precipicios y la falta total de comodidades, a tal punto que algunos relatos cuentan que algunos dormían en las cuevas que dejaban las piedras después de la explosión. Pero también fueron años de camaradería superando los idiomas que en las reuniones se escuchaban.
Hoy y siempre … ¡cómo no recordar a algunos de los hacedores de esta maravilla y a través de ellos a todos los que quedaron en el olvido.
Con merecido homenaje el 19 de Diciembre de 1997, conmemorando el 50° Aniversario, una placa con los nombres de quienes dejaron su vida bajo las estrellas y el eco del silencio, invita al visitante a admirar esta mixtura entre la naturaleza y el hombre.
Quedan pocos relatos de aquella obra majestuosa, la que superó todas las dificultades que se fueron presentando a fuerza de sacrificio, entrega y valentía. La distancia, soledad, bajas temperaturas, peligros continuos, la incomodidad y tantas otras cosas fueron curtiendo el alma y el cuerpo de los artífices de esta maravilla.
Admirar esta obra es
encontrar y valorar la armonía entre
paisaje y la mano del hombre. Es sumarnos al silencio en el vuelo mágico
de la mirada.
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