En estos tiempos, la modernidad en algunos casos, actúa como una pintura densa que tapa el pasado. El confort que nos brindan los nuevos instrumentos para comunicarnos teléfonos, medios de transporte, servicios de agua, electricidad, gas y todo lo que envuelve el día a día de nuestra existencia.
Desde mi apreciación tanta
comodidad permitió olvidar o desconocer los sacrificios, necesidades y
esfuerzos que tuvieron que enfrentar nuestros antepasados. No es que esté mal,
de ningún modo, lo triste es que el olvido, tal vez en una gran mayoría, ha
convertido a la humanidad en seres irreflexivos y ávidos de comodidad. Entonces
la propuesta es mirar hacia el pasado para conocerlo y valorarlo, tomándolo como punto de referencia
para las acciones que la vida nos ofrezca.
A partir de esta reflexión y mirando los cambios del entorno los invito a ubicarnos en la tercer década del siglo XX, 1930.
En el vuelo de hoy tomo como punto de referencia y de información la obra de la Sra. Ada María Cáceres, “Una luz en la montaña” en la que expresa el caminar por la docencia rural en los tiempos.
En este libro la autora relata las peripecias de su tía Sofía Vera quien en 1930 había decidido aceptar el traslado como maestra a La Sierrita, paraje del departamento Pocho ubicado entre las sierras, acompañada por su hermana María. A través del relato de sus vivencias podemos imaginarnos aquel ayer. Las protagonistas partieron en tren desde El Chamical hasta Soto quedando un largo trayecto por continuar.
EN LA MENSAJERÍA, página 20.
En la estación de ferrocarril de Soto se informaron sobre cómo llegar a
Salsacate, cabecera del Dpto. Pocho. Tendrían que viajar en el furgón de
correos hasta San Carlos Minas. Al día siguiente bien temprano el empleado pasó
a buscarlas al hospedaje donde pernoctaron. Así, a bordo de la mensajería, recorrieron
otro tramo de su largo camino
El pequeño furgón tomó rumbo al sur por un camino serpenteante entre
montes y colinas. Era estrecha huella carretera abierta entre grandes
quebrachos y algarrobos y otros arbustos propios de la zona.
La sombra de los árboles refrescaba por momentos el suelo del fatigoso
camino. También el agradable olor a hierbas aromáticas, el armonioso canto de
zorzales y cardenales, el adormecedor arrullo de las palomas torcazas, el
monótono silbar de los coyuyos y el cadencioso
“gri gri, gri gri“ de las cigarras hacían agradable el entorno a las
viajeras.
LA CUESTA DE LA HIGUERA, página 21.
De pronto el furgón comenzó a descender bruscamente por el sinuoso
camino. Estaba llegando a La Higuera, un pueblo de muy pocos habitantes del
Departamento Minas. El paisaje y la vegetación se tornaban diferentes. El temor
conmovió los ánimos y sus manos se aferraron a los asientos, sentían un sudor
frío apoderarse de sus cuerpos, estaban en la cuesta de La Higuera. Las curvas hacían bambolear el pequeño
vehículo y un mareo tras otro empalidecía los rostros. Todo era motivo de
asombro.
En un recodo del camino un viejo algarrobo sostenía en su rugoso tronco, una, dos, tres, cruces recordando un descanso de quienes portaban a su última morada a un amigo o familiar padre, hijo o hermano. El polvo del camino envolvía por oleadas a la mensajería que, cargada de encomiendas hasta el techo, continuaba en el camino dando saltos, haciendo curvas y más curvas, marcha lentamente sin apuro. Era el tiempo de andar. Estaban llegando a San Carlos. Hasta allí nomás llegaba la mensajería.
Desde la cuesta de La Higuera 2015. Foto de la web. |
Foto de la web 2015 |
En San Carlos vivía un comerciante de apellido Frías que poseía un auto. Las viajeras le solicitaron que hiciera un viaje especial para ellas hasta Salsacate adonde llegaron al caer la tarde. Buscaron alojamiento en casa de doña Clarinda, señora muy distinguida y respetable, que solía dar albergue y pensión a los viajeros. Ella mandó a buscar un señor que tenía un sulky para que las lleve hasta Las chacras. A la mañana siguiente partieron en el carruaje con todo su equipaje. Debieron pasar por Taninga, por la Posta de Mayo y Sagrada Familia, cuando llegaron a este último lugar el señor que las conducía les hizo saber que hasta allí nomás las llevaba.